Nueva constitución de Chile: ¿volver a empezar?

di Jorge Fernandez Correa (*)           [link trad. italiana]

El resultado del plebiscito de salida en Chile sorprendió a moros y cristianos. No porque haya triunfado el rechazo, lo que habían pronosticado casi todas las encuestas, sino por la magnitud de la diferencia entre las dos alternativas. Para este plebiscito se reinstauró el voto obligatorio provocando la primera sorpresa. Aunque se pronosticaban unos diez millones de electores, a las urnas llegaron más de trece millones, un 85% de los habilitados para votar, superando todas las elecciones anteriores. Fue un acto cívico ejemplar facilitado por el Servicio Electoral, que georreferenció los locales de votación con el domicilio de los votantes, facilitándoles concurrir a cumplir con su deber. Quienes no lo hicieran fueron amenazados con multas. Eso significa que votaron muchos que nunca lo habían hecho y volvieron quienes habían dejado de hacerlo cuando se instauró el voto voluntario. Así las cosas, los expertos consideraban que el resultado podía ser impredecible.

Desde la instalación de la Convención Constituyente comenzó a haber disonancia cultural entre ellos y lo que la ciudadanía esperaba. Desde abril se hacía cada vez más patente el divorcio entre los constituyentes y la población, especialmente los sectores más postergados, que veían que la nueva constitución no solucionaba sus problemas concretos, los mismos que habían provocado las protestas sociales del 2019. Los altos niveles de desigualdad, la incapacidad de integrar a vastos sectores de la población y, como dice el profesor Javier González, académico de la U. de Cambridge “ la incapacidad de las instituciones políticas para encauzar esas divergencias que estuvieron en el fondo de ese 80% de chilenos que votaron a favor en octubre de 2020 de comenzar la redacción de una nueva carta magna.”

Un factor importante en ese distanciamiento paulatino entre los constituyentes y parte de la población fue provocado por la forma como actuaron los elegidos quienes conformaron un colectivo bastante especial por la forma en que fue electo. En esa ocasión poco más de seis millones de personas, es decir casi el 45% de los habilitados para hacerlo, pudo, por primera vez, votar por los candidatos que no pertenecían a partidos políticos agrupados en listas cerradas, lo que facilitó la integración de personas extrasistema, especialmente quienes habían participado activamente en las protestas y que llegaron cargados con las emociones de las luchas callejeras y la ideología cargada a la izquierda del espectro nacional.  Los pueblos originarios obtuvieron una sobrerrepresentación con cupos reservados para distintas etnias. Se puede afirmar que en la Convención hubo sectores muy heterogéneos, de diversos niveles de formación y con una clara inclinación a la izquierda. En ese escenario logró un papel destacado el Partido Comunista, que una vez más hizo gala de grandes capacidades organizativas. En síntesis, la composición de los constituyentes fue clave en las discusiones dentro de la Convención y en la percepción de la ciudadanía, que los seguía a través de los medios de comunicación y los medios electrónicos, que se dieron un festín con cada error que cometían los miembros de la Constituyente. Las fake news amplificaron este panorama de polarización creciente durante todo el año que duró el trabajo de la asamblea. Así se fue configurando la imagen de que no se estaba dando un marco jurídico inclusivo para todos los chilenos, sino uno que partía desde una hoja en blanco a imagen y semejanza solo de esos convencionales y sus electores. Primaron la soberbia y la desprolijidad, los escandalillos y las declaraciones rimbombantes.

Muchos analistas consideran que el mal resultado fue consecuencia de una Convención Constitucional que nunca entendió para qué había sido elegida y que pretendió “pasarle la máquina” a más de la mitad del país, ignorando sus deseos y aspiraciones. Es decir, se perdió una oportunidad histórica. Faltó sabiduría.

El abogado Daniel Stingo de la Lista del Pueblo en un debate televisivo cuando comenzaba la Convención sostuvo: “los grandes acuerdos los vamos a poner nosotros.  Nosotros vamos a poner los temas porque representamos a la gente. La derecha perdió. Nosotros representamos al 80% de los chilenos”. Alfredo Joignant, un conocido analista de izquierda después del resultado del domingo 4 de septiembre escribió: “Este fue el inicio del desastre: Stingo, el origen, la insoportable soberbia”.

Fernando Atria, abogado constituyente que jugó un importante papel entre los grupos de izquierda, tratando de explicarse lo que pasó dijo que la propuesta causó una suerte de vértigo: “eran muchas cosas, desde el Estado social a los derechos de los animales. Esto fue consecuencia del resultado de la elección de convencionales, que dejó a la derecha reducida a una mínima expresión y permitió la incorporación de sectores que nunca habían estado representados. El clima político de crisis aguda y la composición de la Convención llevó a ésta a un clima de revancha”.

Al respecto, el profesor Javier González señala: “Algunos grupos de la Convención representaban extremos y en otros casos había una falta de madurez en lo político, donde la identidad política se jugaba en cada artículo propuesto. Ahí se instaló la política del antagonismo, se habló de “fieles” e “infieles”, de “puros” e “impuros”, la lógica de la superioridad moral. Luego la sociedad también castigó el denostamiento de la historia: yo creo que en los últimos 30 años han existido muchos avances en desarrollo económico y combate contra la pobreza y las desigualdades; negarlo es poco realista y honesto”.

Según John Müller, columnista del diario español ABC, lo que hoy está más claro es que la plurinacionalidad es inaceptable para los chilenos. Lo que no es de extrañar. Chile es un país con alto nivel de mestizaje, donde reducidos grupos declaran ser parte de pueblos originarios. Socialmente ser de una etnia originaria no fue bien visto, aunque paradojalmente el equipo de fútbol más popular lleva el nombre de un líder mapuche: Colo. Cambiar de un Estado Unitario que se fortaleció por más de doscientos años y que ha sido parte del honor patrio, con todos sus símbolos, por uno plurinacional resultó completamente inaceptable. También causó inquietud la instauración de tribunales especiales para los pueblos originarios. Se temió que eso provocaría una cierta desigualdad jurídica.

En el resultado también influyó que se incorporara el derecho al aborto. Tema que hace poco había sido legislado, autorizándolo solo por tres causales. Eso posiblemente causó que más de un millón y medio de votantes con creencias religiosas se fueran al rechazo, instados por las iglesias.

Otro tema que causó muchas inseguridades fue el cambio del sistema político, con un Senado que pasaba a tener un rol menor, el presidente de la República podía ser reelecto y las regiones tendrían mayor autonomía presupuestaria.

Para algunos analistas los problemas que heredó el gobierno de Gabriel Boric: una alta inflación, terrorismo en la macrozona sur provocado por algunos mapuches ultras , aumento de la delincuencia, largas listas de espera para atención en salud, también afectaron la votación ya que el gobierno aparecía muy ligado a la propuesta. Ni siquiera la intervención de la expresidenta Bachelet logró revertir la tendencia. Los expresidentes Frei, Lagos y Piñera nunca se mostraron de acuerdo con el texto propuesto.

Sin embargo, no todo fue malo para los sectores progresista. Se logró que el Estado social y democrático de derechos, el reconocimiento de los pueblos indígenas y de la multiculturalidad de Chile (aunque no la plurinacionalidad), la paridad de género, la protección del medio ambiente, la descentralización y el derecho a una vivienda, sean ahora transversalmente aceptados y probablemente formen parte del futuro nuevo texto.

 Como sostiene el profesor González “…hay una demanda legítima por más derechos sociales y más participación política”.

Ahora la expectativa es que en el parlamento se logre un acuerdo para llamar a una nueva Convención que aproveche el borrador que dejó la Presidenta Bachelet al final de su gobierno y rescate lo que logra consenso del texto rechazado. Mientras tanto seguirá vigente la Constitución firmada por el Presidente Lagos.

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(*)  Jorge Fernandez Correa, ha sido Director del periódico de 'La Nación', de Santiago de Chile. Experto en comunicación ha desarrollado funciones gestiónales y de formación en las Naciones Unidas y en muchas otras instituciones, públicas y privadas, chilenas. Periodista independiente es, actualmente, sobre todo escritor de numerosas novelas. 

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