LA VIOLENCIA, PROBLEMA POLITICO FUNDAMENTAL EN CHILE

CAMBIO CONSTITUCIONAL O GUERRA SOCIAL

de Jorge Fernandez (desde Santiago del Cile)                [orig. español - link trad. italiana]

Febrero en Chile es mes de vacaciones de verano. La historia dice que nada pasa. Los ministerios quedan a cargo de los subrogantes. Las vocerías de los partidos políticos en manos de la tercera línea. Las grandes ciudades se vacían. Es un agrado manejar por sus calles, ir al cine o simplemente dejarse llevar por plazas y parques. Así ha sido por mucho tiempo. Pero no este año.

La crisis desatada en octubre tiene al país patas para arriba. Las protestas siguen, la violencia se adueña de centros neurálgicos de la ciudad. Tal como ocurrió al comienzo de los setenta del siglo pasado, las reuniones familiares y los encuentros de amigos están atravesados por miradas contrapuestas. La derecha sigue en el ayer. La izquierda, dividida entre los que buscan una salida política y quienes quieren agudizar las contradicciones. Y el centro, aprisionado en su mirada dialogante y no rupturista. Entre los ciudadanos, una recurrente conversación: ¿cuándo parará la violencia?, ¿A qué costo superaremos esta situación?

Las familias se dividen, los amigos también. Ahora parece que todos sabían que el rey estaba desnudo, pero nadie se detuvo a denunciarlo con la fuerza suficiente como para ser escuchado.

Mario Waissbluth, un destacado experto en educación, en un reciente trabajo sostiene: “La elite chilena no había reaccionado antes a las denuncias de abusos e inequidad de manera relevante, con meras marchas pacíficas. Por ende, una violencia sicopática y nihilista se derramó sobre Chile y se desbordó en su magnitud, duración y virulencia, y además con participación de actores que no tienen ningún interés en detenerla, como los “del baile de los que sobran, anarquistas y narcos”.   Hace un mal pronóstico: “Ya es difícil de parar, aun con buenas propuestas sociales y constitucionales”. 

Todos, por cierto, y con matices, reconocen que el modelo neoliberal extremo ha fomentado grandes desigualdades en el ingreso, fuertes inequidades y alta segregación, la que según expertos puede ser un detonante de la desigualdad. Sobre Chile, Waissbluth dice “esta segregación ha sido muy grande. No es lo mismo inequidad con o sin segregación”.

El autor sostiene: “En el caso chileno, la segregación es multidimensional, aunque los diferentes tipos de segregación se potencian. Existe la segregación escolar, que cuando se mide por el Índice de Duncan es de las más elevadas del mundo, pero también existe la segregación urbana, muy marcada. La segregación escolar es incluso 30% mayor que la residencial, lo cual significa que los apoderados de alto nivel socioeconómico transportan a sus hijos en autos para poder ponerlos en colegios segregados. La segregación geográfica, económica y escolar van estrictamente de la mano.  En todos los países se materializa en alguna medida una cadena que va desde la segregación a la desigualdad, y de ahí a la desconfianza interpersonal e institucional que ya mencionamos, que en Chile está en valores tan elevados como 86% al igual que el resto de los países de América Latina. A pesar de que objetivamente la inequidad en la distribución de ingresos de Chile es similar al promedio de la región, la percepción de injusticia en esta distribución es la peor. Asimismo, el 74% de los chilenos opina que se gobierna para unos cuantos grupos poderosos y en su propio beneficio, cifra similar al promedio de la región. Son estadísticas del informe Latinobarómetro 2018”.

Ahora, mágicamente luego de las protestas masivas, se ha pasado de la mirada triunfalista oficial “Chile, un oasis en Latinoamérica a preguntarse ¿Cuándo va a terminar la violencia? Lamentablemente, como lo dice en El Mercurio el escritor y columnista Sergio Muñoz, “no deberíamos olvidar, a propósito de la génesis de la crisis, que primero fueron los saqueos, el fuego y la destrucción; después vinieron los desfiles y la algarabía. Primero fue la violencia en gran escala; después vino el relato indulgente y legitimador”.  Un creciente malestar recorre a amplios sectores de la ciudadanía. Muñoz lo grafica así: “los activistas de la devastación y el pillaje se beneficiaron del escudo humano que representaron los manifestantes pacíficos, y del libreto “social” que aportaron --entre otros- los comentaristas desaprensivos de la TV, los académicos que van de revolucionarios por los campus y los parlamentarios que rinden culto a La calle, la nueva diosa. De este modo, la barbarie tuvo música de epopeya y una narración que dio a entender que había un fin noble detrás de los métodos ruines”.

En pleno febrero, se hacen esfuerzos para que puedan realizarse las actividades académicas, deportivas y culturales.  Finalmente (después de tres oportunidades, hecho inédito) el miércoles 5 de febrero se logró tomar la prueba de selección universitaria, pese al boicot de los estudiantes que protestan contra la educación de mercado. La violencia no logró impedir que los estudiantes participaran en este examen. El fútbol (luego de la suspensión del campeonato) volvió a las canchas, con público y jugadores respirando la toxicidad de las lacrimógenas en los enfrentamientos entre los barristas encapuchados y los carabineros. La muerte de un joven que participaba en el apedreo de un camión de Carabineros que transportaba caballos, volvió a encender la mecha y como la jueza no dejó detenido al policía conductor, llegaron hasta su casa para gritarle todo tipo de improperios.

La violencia la promueven los encapuchados, una masa heterogénea que incluye miembros de las barras bravas del fútbol, estudiantes universitarios y secundarios, delincuentes, narcotraficantes interesados en ampliar sus territorios, anarcos, lumpen y egresados del Servicio Nacional de Menores. También se acusa a Carabineros de ser instigadores. Varios han sido dados de baja por excesos y violaciones a los derechos humanos. Ciertamente no estaban preparados para esta batalla urbana y son presas preferidas de las bombas molotov. Waissbluth se pregunta: “si los “indignados” en un momento dado sienten que sus demandas sociales y constitucionales y de cese de abusos han sido satisfechas y dejan de marchar, ¿continuarán los violentistas?”

El Senador Navarro, un chavista declarado que visita regularmente a Maduro en Venezuela, organizó un foro latinoamericano de Derechos Humanos. El 25 de enero representantes de los encapuchados fueron recibidos como héroes en este evento realizado en la sede del Congreso Nacional. Waissbluth escribe: “Cabe destacar que los y las “primera línea”, pues hay muchas mujeres, son tratados como héroes por la izquierda en general y por los “derecho- humanistas”, un variado grupo de instituciones y personas, cuya única concepción y percepción de la crisis es bajo esta óptica. Es un fenómeno completamente inédito en Chile. Estas personas, que están viviendo la épica de sus vidas, van a tener muchas dificultades para eventualmente retornar a una normalidad, cualquiera ésta sea, pero ciertamente tan dura como antes del estallido. El peor escenario sería que algunos de ellos se transformaran en una suerte de mercenarios o sicarios”.

Sergio Muñoz sostiene que “los promotores del caos han buscado debilitar al Estado, inhabilitar a las fuerzas policiales y crear espacios en los que no haya Dios ni ley”.

En el escenario descrito el futuro se ve opaco y peligroso. Ya se sabe que se quiere aprovechar el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, para hacer un gran paro nacional. Se duda que los que aún están en la calle enfrentándose con la policía quieran nueva Constitución. Lo de ellos ahora es la “guerra social”.

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